El 20 de mayo celebramos el Día Mundial de la Investigación Clínica. Podría decirse que quienes trabajamos en este campo estamos de plácemes, pero esta aseveración no es suficiente: Está de plácemes la humanidad, está de plácemes el mundo entero, y eso es precisamente lo que deseamos festejar este día.

Hace 272 años, el 20 de mayo de 1.747, el médico escocés James Lind llevó a cabo lo que se conoce como el primer ensayo clínico realizado por el hombre. Lind era el galeno del Salisbury, un navío de guerra inglés azotado por una terrible enfermedad  en la que a los marineros se les caía el pelo, las uñas, los dientes, la piel se cubría de llagas dolorosas, las encías sangrantes no les dejaba comer y sobrevenía la muerte luego de una insoportable agonía. Lind le pidió a su comandante, el famoso capitán Cook, que le dejase realizar unas pruebas con los navegantes enfermos, y Cook aceptó. Entonces el galeno, poseedor de una intuición científica poco convencional para la época,  seleccionó y distribuyó  a 12 afectados en grupos de a dos, con edades y síntomas similares, y les sometió a distintas dietas con agua salada, o vinagre, o nuez moscada, o caldo de cordero o naranjas y limones. Y pudo observar que la pareja que recibió cítricos mejoraba notable y rápidamente, en tanto que las otras empeoraban hasta morir. Descubrió así que los cítricos contenían una sustancia capaz de revertir esta trágica dolencia, hoy conocida como escorbuto, y que se podía prevenir consumiendo durante los largos viajes marítimos esta clase de frutas. Doscientos años después otro científico, el médico húngaro Albert Szent-Györgyi, fue galardonado con el premio nobel por descubrir la vitamina C, la sustancia misteriosa que se encontraba en las naranjas y los limones y que era capaz de prevenir el escorbuto. Sin lugar a dudas, James Lind, desde su tumba, recibió como suyo, también, este premio Nobel de medicina.

La investigación clínica es un ejercicio metódico, cuidadoso, fundamentado en la ciencia y revestido de un profundo deseo de ayudar al ser humano, encontrando formas cada vez mejores de intervenirlo para aliviar sus enfermedades, curarlas o prevenirlas. Si hablamos de investigación clínica hablamos de pacientes o personas sanas. Y este nexo con la misma humanidad convierte a esta disciplina en una labor valiosa, única e insuperable. Es el momento supremo en que el hombre aboga por el hombre en lo más preciado que tiene: su salud y su vida. De ahí que quienes participan en la investigación clínica (los investigadores, subinvestigadores, profesionales clínicos y paraclínicos, coordinadores de estudios, monitores, líderes de calidad, miembros de los comités de ética, personal de las agencias regulatorias, patrocinadores, etc.) sean personas abnegadas, con principios nobles, profunda formación académica y técnica, apasionados por la ciencia y comprometidos con la bioética.
La atención que se le brinda a los pacientes de un estudio clínico trasciende la observación convencional. Es una aplicación escrupulosa que atiende al mismo tiempo los enunciados éticos, los signos y los síntomas, todas las preocupaciones e inquietudes del enfermo, los indicadores de mejoría, los riesgos y los beneficios, las exigencias metodológicas, el cumplimiento de métricas estrictas, los controles regulatorios, las revisiones periódicas y las auditorías.
Un estudio clínico hoy en día es muy diferente al que realizó James Lind. En la actualidad el rigor que demanda un estudio supera por lejos a cualquier otro experimento en los demás campos de la ciencia y el saber. Para garantizar que la información obtenida sea universalmente válida, se sigue un “estándar internacional de calidad ética y científica para el diseño, conducción, realización, monitoreo, auditoría, registro, análisis y reporte” de la investigación llamado las Guías de Buena Práctica clínica o BPC. Y cabe citar aquí que Colombia adoptó dichas guías en el año 2008, y desde entonces los estudios clínicos que se realizan en el país siguen al pie de la letra las BPC.

Si un estudio clínico llega a feliz término y se concluye que la nueva molécula, por ejemplo, es una alternativa novedosa y útil para tratar una determinada enfermedad, entonces la humanidad habrá ganado una dosis alta de esperanza. Así es que avanza la ciencia médica y, por eso, nuestra expectativa y calidad de vida ha aumentado de manera exponencial en los últimos 100 años. No podemos decir que los avances médicos sean los únicos responsables de que vivamos más y mejor que en los siglos pasados, pero les puedo asegurar que es una de las razones con más peso. A la investigación clínica, esa a la que hoy estamos homenajeando, le debemos en gran medida que nuestra expectativa de vida supere los 75 u 80 años, y que podamos vivir de manera saludable mucho más tiempo.

Y por si todo esto fuera poco, cabe decir aquí que los beneficios de la investigación clínica tienen implicaciones en la calidad de la asistencia médica; en el mejoramiento de los procesos diagnósticos y terapéuticos; en mayores incentivos profesionales porque los investigadores se sienten orgullosos de pertenecer a la pléyade mundial de líderes del conocimiento; en una mejor relación costo/beneficio de las terapias utilizadas; en más impacto financiero porque los estudios clínicos son patrocinados por entidades prestantes, que cubren los gastos de la investigación y traen recursos económicos, técnicos y científicos asociados; en mayor prestigio para las instituciones involucradas en la investigación; y en el ingreso de divisas al país y la generación de empleos  de altísimo nivel, entre otras.

En Colombia hacemos investigación clínica desde hace varias décadas. Contamos con una Constitución Política que le abre las puertas a la investigación; y un armazón de leyes, resoluciones, decretos, guías, circulares y oficios que la fortalecen y consolidan. Somos uno de los países más regulados en este sentido en Latinoamérica. Además, nuestro sistema de salud cobija a más del 90% de los colombianos, lo que significa que podríamos disponer de bases de datos robustas para la selección oportuna de pacientes. Hay en la actualidad 121 centros de investigación certificados por INVIMA, muchos de ellos con reconocimiento internacional, y algunos de nuestros hospitales y clínicas se encuentran entre los mejores del continente. Con estas fortalezas deberíamos crecer en estudios clínicos a un ritmo similar al de otros países líderes en investigación como España o Australia. No obstante nuestro desarrollo es más discreto, lo que habla de que tenemos todavía mucho techo para crecer.

Es por eso que actualmente las asociaciones de investigación clínica, como AVANZAR, ACIC y AFIDRO, trabajan de manera unida para que nuestro país se convierta en una potencia continental en este campo. Contamos con un equipo de trabajo llamado INTIC,  la Iniciativa Nacional Para Transformar La Investigación Clínica, compuesto por representantes de los diferentes sectores de la investigación, que aúna esfuerzos para diagnosticar nuestras debilidades, corregir nuestras deficiencias, mejorar nuestras capacidades, promocionar nuestras fortalezas y atraer más investigación clínica a nuestro país.

El 20 de Mayo estaremos celebrando una fecha emblemática de la investigación clínica en el mundo. Y qué mejor oportunidad que ésta para llamar la atención sobre nuestras oportunidades, dar a conocer lo que estamos haciendo y compartir con ustedes nuestro compromiso de convertir a Colombia en un país líder de la investigación clínica en la región y el continente.

Escrito por:  Dr. Manuel Chaves